domingo, 21 de junio de 2009

"Historias mínimas" (Carlos Sorín, 2002). Engrandecimiento de lo banal


Dirección: Carlos Sorín
País: Argentina/España
Duración: 92 min
Guión: Pablo Solarz
Producción: Martin Bardi
Música: Nicolás Sorín
Fotografía: Hugo Colace
Montaje: Mojamed Rajid
Dirección artística: Margarita Jusid
Intérpretes: Javier Lombardo (Roberto), Antonio Benedicti (Don Justo Benedictis), Javiera Bravo (María Flores), Aníbal Maldonado (Don Fermín)





Historia máxima

Una Argentina viva, ajena a la depresión y la crisis financiera con las pequeñas cosas que les suceden a anónimos pobladores patagónicos. Esta es la idea central de la película. Carlos Sorín (Buenos Aires, 1944) regresa a la gran pantalla con un cine caracterizado por el manejo de tramas sencillas pero con un enorme encanto y que permiten al espectador conocer a personajes comunes de la vida real. Con una escasa filmografía, el cineasta argentino ha demostrado originalidad y creatividad en películas como La película del rey (1986) o Una eterna sonrisa de Nueva Jersey (1989). Tras un largo trabajo de 15 años en el mundo publicitario, realiza este film, debido a su incursión en un spot publicitario de una compañía de teléfono para anunciar la factible conexión entre el centro neurálgico y las zonas más lejanas de un país. Se produjo un revuelo con la llegada del equipo al pueblo, por lo que Sorín decidió que el anuncio lo protagonizaran los habitantes de la zona en lugar del reparto de casting con el que ya contaban. El resultado fue estupendo, ya que consiguió la naturalidad que luego plasmaría en la película que estamos analizando.

Lo patagónico

El argumento de Historias mínimas no es sorprendente. Está compuesto por tres tramas independientes pero que en algún momento de la cinta parecen converger en el mismo punto. La localización elegida es el desierto de la Patagonia Argentina, concretamente entre el paraje de Fitz Roy y San Julián. Cobra vital importancia el elemento paisajístico, espacios amplios y naturales en oposición de lo urbano. Asimismo, se han rodado escenas en lugares característicos de la zona como pequeñas casas, almacenes o el centro de salud.

Don Justo es un anciano que abandona su casa en busca de Malacara, su perro extraviado. La distancia no es un obstáculo para él, que recorre grandes kilómetros ya sea a pie o trasladado por los viajeros que lo encuentran mientras rememora en su conciencia el paso de la vida y la cercanía del final. El destino hará que se cruce con el otro protagonista, Roberto, un viajante de comercio cuya ilusión es entregar una tarta para el hijo (o hija, no lo sabe con certeza) de una clienta por la que se siente atraído. La tercera historia la protagoniza María, una joven y humilde madre que ha sido seleccionada para ir a un concurso de televisión y así intentar conseguir el robot de cocina de sus sueños. En los extensos espacios patagónicos, quizás el cuarto protagonista del film, estos personajes van creciendo al superar los obstáculos del destino. Durante estas jornadas de viaje se ponen a prueba la solidaridad, el cariño, la humanidad, el amor, de los personajes que intervienen, tanto principales como secundarios. La figura de la televisión desempeña un papel que pasa casi desapercibido pero que en realidad no es así: en lugares poco transitados, es habitual la compañía de la televisión encendida como otro personaje más. Sorín elabora una sutil crítica a lo peor de la televisión satélite que inunda la Patagonia con situaciones poco relacionadas con lo que en realidad sucede.

La estructura narrativa de la película responde al modelo de road -movie: tres historias de personajes sencillos, menores, que viajan en busca de una ilusión. Las historias son mínimas y no llegan a formar un relato épico, pero llevan al espectador a que se identifique con los personajes debido a la condición humana y sentimentalista del mismo. De ahí la metáfora establecida entre el trayecto del viaje y el trayecto de desarrollo vital que experimentan los personajes. No estamos ante un minimalismo narrativo, sino ante una excelente narración sencilla pero con un trasfondo emotivo. Quizás, ahí resida la grandeza del cine argentino de los últimos tiempos (llamado en ocasiones Nuevo Cine Argentino), extrapolable a otros terrenos de la producción audiovisual latinoamericana como la publicidad o la televisión (así, el gusto por lo básico y rural que tan de moda está últimamente). Historias mínimas recoge las dos vías de representación temática de las road-movie: por un lado, la aparente simplicidad de lo que sucede, con toques tragicómicos y por otro, el fuero interno, las inquietudes más conmovedoras de los protagonistas.

Hay que resaltar el buen trabajo de fotografía que tiene la película, tanto en exteriores como en interiores en los que los personajes siempre están en su sitio con un máximo cuidado. Nada les quita protagonismo. Respecto al trabajo de realización, decir que los planos suelen ser medios (contextualizar la situación) y primeros planos (acercamiento al personaje). La música guarda relación con la forma de narrar, pausada y tranquila (sólo asistimos a un momento donde la música aumenta el volumen, en la escena de Don Justo en el almacén con los trabajadores). La interpretación de los actores es uno de los hechos claves de la película. Aportan la naturalidad que requiere por sí misma la película, sin necesidad de artificios ni exageraciones.

Una carretera de éxito

Respecto a este tipo de film, el cineasta argentino rodó El camino de San Diego, que se parecía a Historias mínimas por algunas de sus características. Cuenta la historia de Tati Benítez, un trabajador que encuentra en la selva una raíz de un árbol que tiene gran parecido con su ídolo Diego Armando Maradona. Aunque la trama es diferente, ya que se cuenta la historia de un solo personaje, la intención es la misma. Podríamos relacionarlo con el concepto literario de bildungsroman, un tipo de novela en la que el protagonista va alcanzando la madurez mediante un viaje que le irá aportando claves para ello.

Es fundamental la belleza y magnificencia de la cinta de Sorín, ya que sin contar con actores famosos, una historia deslumbrante, un elevado presupuesto o una descomunal producción, la película encaja perfectamente con la intención del director: transmitir mucho con poco para llegar al público, último y decisivo ente en el mundo cinematográfico. Una orientación hacia los valores humanos sempiternos: la comprensión, el amor, la bondad, el cariño, la ilusión por los detalles, en un momento y en un país en que podrían parecer un producto de la imaginación.

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